Se ha ido sangre de mi sangre, sangre de la Tierra, sangre
que ha dado su sangre sobreviviendo, amando, luchando, pariendo sabiduría
ancestral en cada momento. Se ha ido Pedro Balquinta.
Lloro y mi sangre llora, porque como él, soy hija de la
tierra, porque no sólo desciendo de vikingos, desciendo también de
comechingones. Esas mezclas raras que sólo se dan en la Patria Grande, nuestra
América Latina.
Pedro Balquinta contaba su historia que es la historia de
los acallados a golpes y machetazos, la historia de los silenciados de los
grandes capitales, la historia de los que sobrevivieron a las balas y torturas
de dos masacres, mejor dicho, de dos GENOCIDIOS (pongamos las palabras en su
lugar...): Napalpí y Zapallar.
El 19 de julio de 1.924, 130 policías más un grupo de
civiles, fueron hacia Napalpí a reprimir y asesinar. La orden del Gobernador,
Fernando Centeno, fue muy clara: subsumir y aplastar a criollos, Moqoit y Qom
que exigiesen mejor paga por su trabajo en las cosechas del algodón.
El 9 de setiembre de 1.933 nuevamente apareció la protesta
de los más pobres de los pobres, los que tenían hambre de años comiendo casi
nada. El Zapallar, un caserío de unos 70 habitantes, Qom y Moqoit, sus pobladores fueron acribillados cuando solicitaban comida.
Pedro Balquinta sobrevivió para que la memoria no sea
anémica.
Llora mi sangre "india", llora mi sangre ancestral
y antigua, llora porque su espíritu está buscando el monte chaqueño, está
buscando el quebracho más alto, el pecarí, el canto del angú, el toc-toc sobre
los troncos del carpintero lomo blanco; lloro porque su espíritu quiere libar
una vez más del fruto del mburucuyá, tan dulce, tan rojo, tan bello. Lloro
porque nada de esto hoy existe, sólo soja, sólo la puta soja que todo lo
acapara, sólo la soja que es el nuevo oro de los avaros y que todo lo aniquila
y provoca desierto tras desierto.
Llora Las Tolderías, hoy está de luto, llora el Chaco
genuino, el de sangre, madera y tierra; los demás, los políticos y acaudalados de
siempre, se acordarán quizás de Pedro Balquinta, le harán un homenaje para
quedar bien, pronunciarán el hipócrita discurso y se irán a sus casas con la
comodidad y el lujo que otorga el no hacer nada tras un escritorio ostentando un
cargo bien pago, mientras los otros, los hijos de la tierra, siguen casi igual
que hace 100 años atrás…
Cuando Pedro Balquinta cumplió 107 años, le hicieron una
fiesta en el pueblo, lo honraron como se lo merece, como a un héroe; para el
resto del país no existió la fiesta, porque no hubo noticia en los grandes
medios, sólo recuerdo haber escuchado la noticia por Radio Nacional Clásica. Para los grandes medios, los porteños, los rosarinos, los cordobeses, esto no es noticia, esto aburre. Una vida que es historia e historias en sí misma no llama la atención de los vulgares a quienes los grandes medios, como de costumbre, deben seguir vulgarizando cada vez más hasta convertirlos en gusanos que se arrastran tras un culo, una teta o un chusmerío vil.
¿No sienten vergüenza los poderosos de siempre, los que
roban la tierra, los que la muelen a hachazos y la desangran con las topadoras?
¿No sienten vergüenza los políticos, todos, sin excepción, de mirar hacia Punta
del Este, Bariloche, Miami o Nueva York?
No, ninguno siente vergüenza porque hacen la gran hijaputez
de Moria Casán: polarizan los vidrios del coche; mejor dicho: polarizan los
ojos del alma y entonces, nada duele, nada conmueve, nada hiere…
Violeta
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