Desde hace años existen equipos juniors
dentro del polo y es una gran sorpresa para muchos que chicos de diez años y
menos también ya están montando, taqueando y aprendiendo las reglas de oro de
este apasionante deporte.
Las virtudes del polo son muchas, entre las
cuales, podemos destacar en principio las de respeto, amor y cuidados del
propio caballo. El polo aporta una mirada distanciada de la violencia y nos
otorga la capacidad de crear un lazo de confianza mutua entre el polista y su
caballo. No hay nada más importante que esta dupla se fusione y actué como una
unidad en el campo de juego.
Un niño que se acerca al polo, sea ya porque
le interesa el deporte por haber visto partidos o porque en la familia haya polistas,
aprende que la entereza y la ternura van de la mano y que con constancia y
aplomo se logra ser un verdadero “caballero”, ateniéndome al origen del
término.
Todo niño al acercarse a un caballo siente la
sensación de un animal que es enorme y todo temor inicial que pueda existir se
aleja inmediatamente cuando evidencia la temperancia y distinción que
caracterizan a los caballos de por sí y en especial a los caballos que
distinguen a nuestro deporte.
Aprender a montar es experimentar la amistad
más pura que puede haber entre un ser humano y un animal: el primero no es
dueño del segundo, es su guía, su instructor y su inseparable compañero; el segundo
no se somete al primero: lo acompaña en la aventura de jugar al polo.
Es así entonces, que la dupla polista-caballo
piensa y actúa como una unidad al momento de jugar un partido o asistir a una
práctica, y esta unidad o fusión se completan con el taco al que diestramente
hay que utilizar a la hora de perseguir los recorridos de la bocha.
El taco, flexible y enhiesto a la vez, es un
arma en las manos no entrenadas y una herramienta de trabajo en las manos
adiestradas, de este modo, el taco debe convertirse en una prolongación del
propio brazo o un miembro más del propio cuerpo. Y hablando del cuerpo, hay que
tener siempre presente que montar no es estar sentado cómodamente sobre el
caballo, es saltar continuamente por lo que hay que entrenar al cuerpo a
resistir los embates de un partido, por eso, es tan importante que cuando un
niño decide jugar polo, tiene que tener presente que un día habrá velocidad y
ritmo, pero que por ahora todo es más lento y calmo. Como bien decía, el cuerpo
se tiene que adaptar al compás del juego y por cuerpo, también entendemos sus
órganos, pues es común que los riñones a veces se quejen de los continuos
saltos.
La foto arriba, nos da la idea de lo que muchas veces sucede: un
calambre o dolores musculares. El polo exige disciplina física que se va
logrando con los años de práctica, de golpes y de alguna caída, pero a no
alarmarse porque en todo deporte existe algún malestar y puedo dar fe que en el
polo es mínimo comparado con otros deportes.
Una última reflexión: el polo es una gran
familia; una familia donde los polistas, los espectadores, los fans y los
caballos narran historias de grandes sueños que comenzaron con pequeños pasos
sobre una parcela con césped y continúan y se agrandan en la Catedral de
Palermo.
William
Eric Fox Talbot
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