Conocida en los últimos tiempos por las películas infantiles,
Madagascar es una isla que ofrece al visitante gran hospitalidad y cordialidad.
Los sifacas e idris deambulan por el Parque Nacional Andasibe-Mantadia tranquilamente
y es uno de los pocos hábitats vírgenes que han quedado para que vivan paz. Con
sólo 155 km², el húmedo parque trata de salvaguardar tanto la fauna como la
flora autóctonas de la isla. Estando de noche en el parque, se pueden avistar
varios tipos de lechuzas, el croar de las ranas retumba por todos los rincones
del pequeño parque y entre las hojas y trozos de cortezas que caen al suelo, se
oye tenuemente la actividad de los cangrejitos terrestres.
En el Parque Nacional Ranomafana encontramos lémures de cola rayada y
gran cantidad de plantas y árboles protegidos por ser especies que sólo se
encuentran en Madagascar. Los distintos tipos de orquídeas de maravillosos
colores estuvieron a punto de extinguirse por la masiva exportación de plantines
y plantas durante las décadas de los ’50 y ’60.
A fines de los años ’90 se creó el Parque Nacional Tsingy en la
Meseta de Bemaraha, en vistas de la desaparición de flora autóctona producto
del pastoreo del ganado y consecuentemente, la desaparición de la fauna de la
zona. El Parque Nacional mide 1.520 km² y alberga a pequeños lémures como el lémur
ratón y el lémur enano de cola gorda y entre la flora, se destaca el musa, un
tipo de banano salvaje. En este Parque Nacional hay zonas de ingreso prohibido
para quienes no son científicos.
El Parque Nacional Isalo, difiere de todos los demás ya que es una
extensión donde se conjugan naturaleza y arquelogía. El recorrido comienza con
el Cementerio Sagrado de la etnia Bara y sigue su curso entre antiguos
cañadones donde los paleontólogos han encontrado piezas fósiles completas del
período Jurásico. Por la geografía de esta zona, los Baobabs no crecen más de 50 cm y se les llama “Pie de
Elefante”. Cascadas de cristalinas aguas van llenando pozos naturales,
verdaderos espejos turquesas y azules. Las torrenciales lluvias anegan los
senderos abiertos para los visitantes y muchas veces, hay que desviar el
trayecto por zonas agrestes.
Muchos animales conviven en los asentamientos humanos y se esconden
entre los árboles que colindan con las viviendas. La noche es el mundo de
millones de insectos, de aye-ayes, chirogaleos marrones y varias especies de
murciélagos.
La vegetación, con sus enormes árboles baobabs, hace de este lugar, un paisaje
único en el planeta. La Avenida de los
Baobabs es la arteria más pintoresca de la isla y allí se ven los escasos
vehículos de quienes se aventuran en tierras que lamentablemente ya no son lo
que fueron hace 50 años atrás.
La desertificación producto de la tala de miles de especies de árboles
a causa de la actividad agrícola trae como consecuencia inundaciones por los
desbordes de los ríos Bemarivo y Betsiboca entre otros que arrasan con
viviendas y cultivos. La crecida de los ríos, supera a veces los tres metros y
las tierras bajas se convierten en verdaderos lodazales cuando bajan las aguas,
lugares inútiles para la agricultura y la ganadería.
Los habitantes de las costas, todos pescadores, viven en casitas
precarias construidas con materiales de la zona. Los niños, futuros pescadores,
aprenden desde pequeños a armar redes y a conocer los nombres de los peces.
Al ingresar a estas viviendas, que están permanentemente abiertas a
todos los que por allí pasan, nos encontramos con las más variadas artesanías y
mobiliario realizado por los mismos pescadores con troncos y maderas. Y lo más
llamativo: en algunas cabañas cuelga el descolorido retrato de la Reina
Victoria, de quien sólo conocen su nombre, vieja herencia dejada por el paso de
los británicos por la isla.
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