domingo, 22 de enero de 2017

Madagascar


Conocida en los últimos tiempos por las películas infantiles, Madagascar es una isla que ofrece al visitante gran hospitalidad y cordialidad.

Los sifacas e idris deambulan por el Parque Nacional Andasibe-Mantadia tranquilamente y es uno de los pocos hábitats vírgenes que han quedado para que vivan paz. Con sólo 155 km², el húmedo parque trata de salvaguardar tanto la fauna como la flora autóctonas de la isla. Estando de noche en el parque, se pueden avistar varios tipos de lechuzas, el croar de las ranas retumba por todos los rincones del pequeño parque y entre las hojas y trozos de cortezas que caen al suelo, se oye tenuemente la actividad de los cangrejitos terrestres.

En el Parque Nacional Ranomafana encontramos lémures de cola rayada y gran cantidad de plantas y árboles protegidos por ser especies que sólo se encuentran en Madagascar. Los distintos tipos de orquídeas de maravillosos colores estuvieron a punto de extinguirse por la masiva exportación de plantines y plantas durante las décadas de los ’50 y ’60.

A fines de los años ’90 se creó el Parque Nacional Tsingy en la Meseta de Bemaraha, en vistas de la desaparición de flora autóctona producto del pastoreo del ganado y consecuentemente, la desaparición de la fauna de la zona. El Parque Nacional mide 1.520 km² y alberga a pequeños lémures como el lémur ratón y el lémur enano de cola gorda y entre la flora, se destaca el musa, un tipo de banano salvaje. En este Parque Nacional hay zonas de ingreso prohibido para quienes no son científicos.

El Parque Nacional Isalo, difiere de todos los demás ya que es una extensión donde se conjugan naturaleza y arquelogía. El recorrido comienza con el Cementerio Sagrado de la etnia Bara y sigue su curso entre antiguos cañadones donde los paleontólogos han encontrado piezas fósiles completas del período Jurásico. Por la geografía de esta zona, los Baobabs no crecen más de 50 cm y se les llama “Pie de Elefante”. Cascadas de cristalinas aguas van llenando pozos naturales, verdaderos espejos turquesas y azules. Las torrenciales lluvias anegan los senderos abiertos para los visitantes y muchas veces, hay que desviar el trayecto por zonas agrestes.

Muchos animales conviven en los asentamientos humanos y se esconden entre los árboles que colindan con las viviendas. La noche es el mundo de millones de insectos, de aye-ayes, chirogaleos marrones y varias especies de murciélagos.

La vegetación, con sus enormes árboles baobabs, hace de este lugar, un paisaje único en el planeta. La Avenida de los Baobabs es la arteria más pintoresca de la isla y allí se ven los escasos vehículos de quienes se aventuran en tierras que lamentablemente ya no son lo que fueron hace 50 años atrás.

La desertificación producto de la tala de miles de especies de árboles a causa de la actividad agrícola trae como consecuencia inundaciones por los desbordes de los ríos Bemarivo y Betsiboca entre otros que arrasan con viviendas y cultivos. La crecida de los ríos, supera a veces los tres metros y las tierras bajas se convierten en verdaderos lodazales cuando bajan las aguas, lugares inútiles para la agricultura y la ganadería.

Los habitantes de las costas, todos pescadores, viven en casitas precarias construidas con materiales de la zona. Los niños, futuros pescadores, aprenden desde pequeños a armar redes y a conocer los nombres de los peces.

Al ingresar a estas viviendas, que están permanentemente abiertas a todos los que por allí pasan, nos encontramos con las más variadas artesanías y mobiliario realizado por los mismos pescadores con troncos y maderas. Y lo más llamativo: en algunas cabañas cuelga el descolorido retrato de la Reina Victoria, de quien sólo conocen su nombre, vieja herencia dejada por el paso de los británicos por la isla.



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