miércoles, 11 de noviembre de 2020

El maltrato y el bullying

 


Por Violeta Paula Cappella

Hay hechos aberrantes que son tomados como graciosos y no como abusivos y peligrosos.

Una de estas cuestiones fue para una niña, luego adolescente, tener que experimentar durante muchos años el desprecio, la violencia y la perversión de un pseudo-familiar, digo pseudo- porque no es un consanguíneo, ni siquiera sé cómo se le llama al marido de una prima:

Cuando el tipo con su esposa aparecían de visita, allá por los años ’80, la adolescente de unos 14 años padecía el encuentro porque se daba un hecho degenerado, algo que ella detestaba contundentemente, le daba náuseas, en tanto los demás aplaudían y gozaban protervamente.

La niña usaba anteojos permanentes; esto, en una época donde el bullying no era tenido en cuenta, quienes tenían astigmatismo, miopía o cualquier otra patología ocular padecían de ser tildados en público de “cuatro-ojos o “lenteja”. La víctima, si se quejaba del maltrato recibido, era una maricona que no se aguanta nada, una engreída que no soporta una jodita.

Cuando las burlas escalan, se potencian y agrandan, suelen ser lo suficientemente fuertes como para convertirse en un abuso. Para los cómplices del hecho, no existe tal cosa, se trata de algo que la víctima se lo merece porque sí, porque es débil, porque es joven, porque se la odia por estar allí, porque existe.

Los encuentros con el marido de esta prima fueron una verdadera tortura; las fiestas de cumpleaños, agasajos y festividades de las más variadas, empezaban mal y terminaban mal. La cuestión era arruinarle el momento a la adolescente frente a todos los demás parientes e incluso vecinos

Al llegar esta gente de visita, el tipo saludaba a todos y a la adolescente le lamía el costado izquierdo de la cara. Se acercaba ya con la lengua afuera con la excusa de ensuciarle con su baba la lente del anteojo. 

La adolescente sentía un profundo asco, trataba de esquivar el lengüetazo del tipo, pero no podía porque el tipo la tomaba de los brazos y la paralizaba con su corpulencia, con su 1,90 m de altura. Entonces, le lamía media cara y se reía. La niña salía corriendo al baño a lavarse la asquerosa saliva pegoteada en su rostro y lavaba también sus anteojos. Cuando terminaba la visita y llegaba el momento de retirarse, el tipo le volvía a hacer lo mismo y nadie le hacía notar que eso era un abuso. Donde la encontrase, donde la niña estuviese, si el tipo aparecía, le lamía el rostro, degradándola a más no poder, arrinconándola contra las paredes, de modo tal que ella no pudiese zafar de la inmundísima circunstancia. 

Todos (incluidos los padres de la niña) se reían de lo que le pasaba y si ella se quejaba o llegaba a llorar por lo sucedido, era una mariquita, una maricona, una estúpida que no aguanta una "broma"

La esposa del tipo, docente, jamás le dijo que eso era un acto indigno, sucio, degenerado y repugnante. Solo una vez, le comentó a media voz: “Acordate de lo que conversamos en terapia sobre esto…” Y al tipo no le importó para nada lo que haya dicho el terapeuta, quien seguramente le hizo notar que era un acto de obvias connotaciones sexuales: un abuso.

Durante años y fiestas y cumpleaños se repitió lo mismo, nunca nadie le dijo al tipo que era un degenerado.

Una vez, la niña osó esconderse de la visita indeseada y fue descubierta agachada en un rincón de la terraza de la casa; sus padres la reprendieron y la hicieron bajar y saludar al tipo. El tipo le dijo sonriente: “Vos pensabas que te ibas a salvar de mí, jajajaja” y prácticamente le lamió la cara entera. La niña, se fue al baño, lavó sus anteojos, lavó su cara, lloró a mares como siempre y como si nada hubiese ocurrido, tuvo que sentarse a la mesa a compartir asados, ensaladas, tortas y dulces.

La niña le tenía temor al tipo porque sabía que si en algún desgraciado momento le tocaba estar a solas con él, podía llegar a subir el tono de la agresión, porque en lamer la cara hay un profundo símbolo sexual y ella lo sabía. 

Para empeorar la situación, el padre de la jovencita prefería comprarse cualquier artículo de pesca y disfrutar de torneos y competencias a comprarle un pulóver para el invierno. El tipo, demostrando "bondad", le regaló tres pulóveres viejos de él que ya no le cabían y que ella tuvo que llevarlos puestos porque no tenía otra cosa para el invierno y esto, con todo lo que implica tener que portar la ropa usada del abusador, del que la subsumía, del que la cosificaba.

Todas las reuniones se convertían en un calvario, porque ¿Cómo puede quedar psicológicamente una persona después de ser agredida y saber que lo volverá a ser cuando termine la reunión y que otra vez será el hazmerreír del grupo familiar?

Un día, por otras circunstancias, hubo discusiones con estos parientes y durante muchos años no se vieron.

Otro día, se volvieron a encontrar y el tipo atinó a hacer lo mismo, pero la adolescente, convertida ya en una joven, lo miró con gran repulsa; el tipo se contuvo y la saludó como a cualquier otra persona, no sin reírse, no sin recordarle que él tenía el poder de lamer su rostro, de convertirla en una sombra en todas las reuniones, de crear temor en ella y rebajarla en público.

El bullying y el abuso, no se olvidan ni se perdonan.

Si algo así, pasó en tu niñez, adolescencia o juventud, con la complicidad de parientes, conocidos o amigos, no dudes en anunciarlo, conversarlo, escribirlo, denunciarlo y desahogarte.

No perdones a un degenerado, porque hoy sos vos, mañana es otra chica y luego otra más. 

El degenerado siempre encuentra una víctima para satisfacer su obscenidad y buscará la manera de parecer gracioso ante los demás, de encontrar cómplices y abusar de vos a sus anchas. Y no te olvides, que el abusador siempre quiere más, escala en su inmoralidad y pretenderá amarrarte a su acto degenerado, tratando de convencerte de que eso que hace es un juego, una diversión...

#NoCallarás

#NoCallarás

#NoCallarás


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