Viendo al presidente de los argentinos, casi pidiéndole perdón al rey
de España por haberse declarado la independencia en 1.816 en Tucumán, no siento más que
una gran tristeza en el alma.
Por parte paterna, desciendo de la nación de los comechingones, quienes
fueron diezmados por los conquistadores españoles.
Mis ancestros, narraba mi abuela, eran grandes guerreros, gente de fuerza
moral, espiritualidad íntegra y amor por la naturaleza, que no soportando el
sometimiento al que los españoles les estaban imponiendo, miles de ellos se
suicidaron arrojándose al vacío desde lo alto del cerro Charalqueta; mientras
mi abuela me narraba el genocidio de nuestros antepasados, me enseñaba a curar de
palabra con antiguos rezos las plantas de las plagas, como se lo había enseñado
a ella su abuela y a su abuela, sus más viejecitas abuelas… Atesoro todo lo que
me enseñó; la herencia espiritual, es la más preciada por mí.
Mi abuela me decía, que los abuelos de los abuelos, los verdaderos
comechingones, eran gente alta; los hombres tenían barbas con tintes rojizos y
las mujeres lucían lacios cabellos largos en los que se enredaron en viejos tiempos
imprecisos los rayos del Sol al atardecer y les tiñeron vetas rojas para no
olvidar nunca que el Sol es el gran dador de vida, que se va por las noches y
vuelve al amanecer para que las plantas crezcan y los comechingones recuerden
que deben honrarlo. Los ojos de los comechingones eran del color de los
matorrales, algunos verdes, otros color miel y los menos, marrones claros como
la madera de los algarrobos cuando está recién cortada.
También contaba mi abuela, que mi bisabuela, era una mujer muy
espiritual, que le enseñó a ella todo lo que sabía sobre los cielos, sus
estrellas y los planetas. Por eso, hay que cultivar las plantas que curan
cuando lo manda la Luna, porque las semillas son hijas de la Tierra y la Luna y
cada semilla guarda en su interior a una planta que tendrá su personalidad como
cualquier ser humano.
Mi abuela me enseñó, entre curaciones de empacho, mal de ojo y las
quemaduras, que el Sol está vivo, que tiene un espíritu que lo anima y que la
Luna es de plata, como los espejos y así, la Luna nos da una luz que no es de
ella, entonces, cuando hay Luna Nueva, es porque se esconde del Sol como lo hacían
las comechingonas de los hombres cuando les venía la menstruación.
El jardín de mi abuela estaba verde todo el año; allí había tanto
plantas ornamentales como hierbas medicinales. Tenía un espacio en el que
cultivaba toda clase de “yuyos” y entre ellos, se erguía rugoso un arbusto de té
de burrito, cuyas hojitas servían para curar los males del estómago.
Todo lo que me enseñó mi abuela lo aplico en mi vida, por eso he
cosechado tomates en pleno invierno, plantados en una maceta llena de compost,
regados por la mañana para que la tierra no se enfríe de noche y dañe las raíces.
Cuido mi planta de tomates con esmero y paciencia, como me enseñó mi
abuela; ella me decía, que nunca hay que tomar los frutos de las plantas cuando
aún están verdes, es obvio que un fruto que aún no ha madurado no se puede
comer, pero más allá de eso, la planta sufre, porque todavía está dándole de
comer a ese hijo que es su fruto.
Hoy hemos comido uno de los tomates cosechados, su sabor es inigualable, sólo al cortarlo, pude sentir el aroma que me era familiar cuando comía los tomates en casa de mi abuela. Sentí una gran emoción e hice lo que se debe: agradecerle a la planta por tan magnífico fruto.
Mi abuela fue la única en la familia que me habló bien de Perón, ella
lo amaba y amaba a Evita y estoy segura, que si hubiese visto por televisión el
discurso de macri del 9 de Julio en Tucumán, se habría enojado y fruncido el ceño como solía hacerlo cuando todo estaba mal, porque ella admiraba a San Martín,
a Belgrano, a Rosas y los admiraba por ser hombres fuertes, “lindos hombres” decía, de coraje, valor y moral, por saber empuñar la espada contra el enemigo, por
haber liberado la patria, y mi abuela, nacida un 25 de mayo (justamente) de
1.910 era patriota, portaba con orgullo la escarapela y sus ojos se empañaban
de lágrimas de emoción cuando cantaba el Himno Nacional Argentino; ella amaba y respetaba a
nuestros próceres.
Cada acto patrio era para ella motivo de empanadas y
pastelitos de dulce de membrillo y la bandera, para ella, tenía vida propia
cuando flameaba allá en lo alto del mástil y era un motivo más de emoción para
ella.
No sé si mi abuela podía ver el aura de las personas, pero sí sé que
tenía una intuición que no le fallaba a la hora de dar cuentas sobre alguien y
por su forma de ser, habría juzgado a macri como inútil y habría dicho,
como solía decir: “como todos los hijos de los ricos que no saben hacer nada…”
Violeta Paula Cappella.-
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