Hoy hace frío y está nublado. Preparo té para el desayuno porque su aroma me encanta; me recuerda a la casa de mi abuela, allí había siempre aroma a té. Ella tenía una tetera inglesa con un paisaje campestre pintado en color azul, las tazas y platitos haciendo juego y también la azucarera y la lecherita. Mi abuela tenía magia en las manos porque preparaba el té más delicioso del mundo. A ella también le gustaban las masitas dulces y los gatos y ambos, acompañaban las tardes en el comedor. Ella misma horneaba unas masitas, según una receta sueca, que se llaman pepparkakor y que son dulces pero picantes porque tienen jengibre. Gatos, no recuerdo cuántos tenía, quizás 20 o más, porque siempre veía en su casa gatos nuevos, diferentes y todos muy lindos.
Cuando tomábamos el té, estaban con nosotras unos 10 gatos ronroneando todos juntos, sentados en los sillones, las sillas y alguno sobre la mesa, junto al agradable calor de la tetera.
Mi abuela adoraba contar historias de los abuelitos que vivían en Suecia en sus casas de tejas, con estufas a leña, té caliente en rústicas tazas de cerámica y muchos gatos peludos que amaban acostarse al lado del fuego.
En la casa de mi abuela no había estufa a leña, había estufa a gas, pero los gatos preferían los sillones a estar cerca de la estufa, porque esos sillones eran mullidos, de una pana roja suave y agradable.
Algunos vecinos se quejaban de la cantidad de gatos que mi abuela tenía, por sobre todo en agosto, cuando andan por los techos maullando y peleándose por alguna gatita de bellos ojos amarillos. Pero pasado agosto, todo volvía a la normalidad y unos meses después nacían bellos y pequeños michisitos y mi abuela le acondicionaba a la gata mamá un cajón de manzanas con telas afelpadas de viejos tapizados.
Las niñas del barrio iban a ver los nuevos gatitos y siempre había alguna que terminaba llevándose uno a su casa.
¿Los nombres de los gatitos? Mi abuela siempre elegía nombres suecos, ¡eran tan sonoros y bonitos! Por ejemplo: Svarta Katten, Niggakat, Jesper, Tusse, Snurre, Aska, Svante…
Y a las vecinitas les encantaban estos
nombres que mi abuela elegía y extraía del arcón de sus recuerdos de la patria
sueca, lejana, llena de bosques, nieve y cuentos de gnomos, gigantes y barcos
de vikingos que navegaban hacia mundos que solo existen en la mente del
narrador.